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"Armada mediante procedimientos experimentales, Igor , sin embargo, no es un experimento, porque parte de la certidumbre del resultado: el fracaso. Es un ejercicio del fracaso; afrodisíaco este, es la práctica literaria como autoprocuración de placer, guardando al lector un rol voyeurístico: somos testigos de ficciones, a veces de un exotismo a la vieja usanza, fabulescas (recuerda a los mejores pasajes de Raymond Roussell), que si nos brindan un goce, es perverso, en sus interrupciones –buen aliciente para la irrealización de nuestro anhelo, como el que nos embarga al pararnos frente a la utópica oferta de información, por poseerlo todo".